En el campo todo es diferente. La vida me parece más sencilla, más natural, sin todas esas arandelas que tiene la cotidianidad urbana, pero en cierta medida con más comodidades. Por ejemplo: donde vivo tengo un chorro de agua tan fuerte que me lo envidiaría la gerente de Jaguazul, Directv que no tengo ni en mi casa de Montelíbano y un cielo estrellado todas las noches para mi solita.
En mi vida rural estoy más atenta a los detalles, he vuelto a escuchar el croar de las ranas, reconozco los pasos lejanos en el camino, se la minucia de la cuasi intimidad de los vecinos, he retomado el hábito de conversar porque acá no hay tanta distracción y uno disfruta charlar sobre el día a día: que los mangos ya casi se maduran, que don Ismael está vendiendo seis marranos, que la quebrada está crecida, que el oro está barato, que ya vinieron los profesores, que el hijo de Carmen no sabe leer ni escribir y está en quinto grado, cosas como esas, que antes no tenían importancia ahora llenan mis días.
To be continued