Más cerca de lo que todos imaginamos existe una selva abrupta poblada por toda clase de animales. Justo en la mitad de ese lugar se puede observar el Árbol de la Gran Riqueza, que es administrado únicamente por el rey de la selva. Es él y sólo él, quien decide que animales pueden alimentarse del Gran Árbol y aprovechar su sombra en las horas de más calor. Cada 1460 lunas los habitantes de esta selva cambian a su rey y por ende a sus consejeros, dando paso a un nuevo soberano que procura alimento y sombra tan solo a sus amigos ignorando las necesidades de los otros animales y causando en ellos un gran resentimiento que sale a flote cuando nuevamente pasan todas esas lunas y eligen un nuevo rey que al igual que los otros, ignora sus necesidades y solo brinda bienestar a su séquito.
Ostentaban el poder unos cuantos animales que a punta de sagacidad y artimañas se habían repartido la mejor parte de la selva para ellos y a lo largo de los años acabaron con gran parte de los recursos. Y lo que antes era un territorio de ensueño estaba tan destruido que ahora los demás animales no tenían agua ni comida y debían pagar un alto impuesto tan solo por el derecho a usar la sombra del Gran Árbol. Todo lo que se veía alrededor era ruina y desolación, mientras que el soberano de turno engordaba rodeado de toda su familia viviendo en el sector más verde de la selva y comprando terrenos en otros parajes para mudarse cuando en su propio lugar ya no hubiese nada que comer.
Habitaba allí un Viejo Zorro enrazado con gato, quien durante mucho tiempo fue el Mandamás en la selva. Fue él quien tomó las primeras medidas para que ese pedazo de tierra fuera conocido en los lugares más alejados. Emprendió obras de drenaje que en su momento fueron concebidas como las más grandiosas, pero con el tiempo los animales se dieron cuenta que de nada servían porque se ahogaban entre sus propios desechos. Y durante cada una de las lunas que este zorro se sentó en el trono fue aclamado como el mejor de todos los tiempos porque descubrió el secreto para estar en el poder: que los animales de su selva no pensaran. Y para lograrlo organizaba mensualmente la fiesta floral, los reinados bestiales, la vuelta a la selva en un día y otra cantidad de entretenciones para que sus súbditos se mantuvieran ocupados y se creyeran felices. Este zorro mandaba en la selva él solito, no tenía perros para ladrarle y nadie se oponía a su voluntad. Luego, cuando el ciclo lunar pasaba y tenía que abandonar la sombra del Gran Árbol, se quedaba esperando el próximo ciclo para volver a lo que consideraba suyo por derecho y porque él no sabía hacer otra cosa más que mandar.
Vivía allí también un Zorrillo, hijo adoptivo del zorro mayor, quien en algún momento se había distanciado de su padre porque no se pusieron de acuerdo en una repartición. Cuando pasaron muchas lunas, este Zorrillo se sintió capaz de mandar en la selva y con la ayuda de otros animales lograron el derecho de disponer del Gran Árbol, pero el Viejo Zorro extrañaba tanto su sombra que se ingenió mil y una maneras para que el Zorrillo se fuera cuanto antes y le cediera el paso nuevamente, pero no lo logró.
Tiempo después apareció en escena un Noble Animal, que no tenía mucho conocimiento de como era la vuelta en la selva, pero que a pesar de todo ganó el derecho de vivir bajo la sombra del Árbol de la Gran Riqueza; y los animales que antes estaban gordos y lozanos, ahora se veían hambrientos porque durante ese ciclo lunar hubo tal escasez de alimentos, que muchos se fueron y no volvieron jamás.
En tiempos más recientes, la Selva estuvo a cargo de Can, él era un perro sin pedigrí, que estaba muy preparado para administrar el Gran Árbol. Can les prometió que durante su ciclo lunar TODOS los animales de la Selva tendrían derecho a sombra y alimentos. Pero no fue así, porque se le dio por morder la mano de quien le daba de comer y perdió el derecho al trono por un buen tiempo y desde lejos tenía que ver como unos Carroñeros se comían todo a su paso, dejando una devastación sin precedentes en toda la historia de esa mítica Selva.
Y así pasaba el tiempo. El verano acabó dando paso al peor de los inviernos, pero los animales ensimismados en su propia decepción vivían en un estado de aletargamiento que ya no les importaba el hecho de pagar un tributo alto por gozar de una sombra que nunca los cobijó y observaban con rabia como los reyes de otras selvas venían a comerse los frutos que a ellos les tenían prohibido.
Se avecina una tormenta en esta selva. Pero de eso se enterarán en otra ocasión, porque ese capítulo de la historia apenas empieza a escribirse.
Cualquier parecido con la realidad, NO es coincidencia.