Hace alrededor de un año estoy inscrita en una página de internet donde me envían los resultados de las loterías nacionales a diario. Todos los días reviso esos correos con ansia de tahúr para ver si cayeron mis números y todos los días respiro con cierta tranquilidad porque NO cayeron.
¿Me alegro porque no cayeron mis números? Suena ilógico. Pero es la verdad. Me explico: tengo dos números que juego muy de vez en cuando. Cada número tiene su historia. El primero es el 7849 que fue el marcador en donde se detuvo el contador de kilómetros de la Top Boy amarilla que tenía antes. El otro número es el 3791, es decir el número de mi año de nacimiento al revés. Tal como les dije, juego esos números de vez en cuando y de cuando en vez, pero todos los días reviso el resultado de la lotería para convencerme de que en ese gran negocio de números y azar todo está manipulado de tal manera que mis números a este paso nunca van a caer. Y me alegro diariamente porque no aposté dos mil pesos que multiplicados por 365 días del año da un resultado de 730.000 mil pesos anuales que depositados en una alcancía sirven para los gastos de diciembre.
Mi mamá ahora ha cogido el vicio de comprar un quinto de la Lotería de Medellín todos los viernes. Así que ese día salgo por la tarde a comprar cualquier número con cualquier serie solo porque a ella se le ha metido en la cabeza que se la va a ganar. No quiero desanimarla, pero le hago ver que 3.500 pesos por 52 viernes al año da la bobadita de 182.000 pesos que sirven pa tardiarse en un día de llevazón total. Pero no desiste de su idea, es tan terca como yo.
Así que amigo lector lo invito a que haga lo que yo: ahorre diariamente ese dinero y al final del año tendrá su propio premio, que aunque no será tan gordo, al menos será menos que nada y no estará contribuyendo al enriquecimiento de las grandes apuestas que juegan con nuestra ilusión de conseguir plata fácil.