En esta temporada
decembrina y mientras miraba juguetes para regalar, vi algo que no sabía que todavía existía y
todo coincidió de tal manera que me transporté inmediatamente a mi niñez en tan
solo un segundo.
Por allá arriba en
un estante olvidado y lleno de polvo vi aviones de icopor y recordé que cuando
era niña mis tías me llevaban a corralejas y esa era una de las cosas que
siempre le compraban a los niños, mientras que para las niñas vendían un collar
donde pendía un corazón gordito (como yo).
No sé si Ustedes los
de mi generación lo recuerdan, pero hubo
al menos un año en que las corralejas
las armaron en donde ahora queda el parque
y la escuela de Villa Matoso. Recuerdo
las fotos en telescopio que se perdieron con los años y aunque no es como si
fuera ayer, me veo allí parada entre mis tías encopetadas y detrás un gran
solar rojizo esperando por ser urbanizado.
Ver esos aviones de
icopor me remontó a mi infancia, a los
Tiempos del Piojo que es como yo llamo a esa época de mi vida. Y aunque creí que todo había quedado escrito en mi artículo Que bueno esrecordar, me he dado cuenta que todavía
faltan muchas cosas que están por allí embolatadas en los laberintos de mi memoria,
recuerdos que me saben a algodón de azúcar del rosadito, a crispetas de circo y de ciudad de hierro, recuerdos
de notas musicales que salen de una radiola azulita en forma de maleta donde
sonaba un long play que cantaba “fuistes mala con mi corazón” y que a mi papá
no sé porque razón le encantaba. Recuerdos de regalos que me traía el niño Dios,
porque en esa época uno no le escribía a
Santa Claus y el Niño Dios para mí era lo máximo porque siempre se sobraba con
el regalo. Esos recuerdos se remontan a
un tiempo en que teníamos unos muebles rojos que duraron muchísimos años y la
decoración de mi casa se limitaba a unas indias coloridas hechas en moldes de
yeso, a un elefante brillante que estaba
muy remendado de tanto caerse. Floreros
en porcelana en forma de bota, donde mi mamá ponía unas flores artificiales y
fotos de revistas pegadas en bandejas de icopor. La foto que no podía faltar en ninguna
navidad y donde siempre estábamos los primos Nilsa, Glenda, Isaias y yo, al
lado del árbol de navidad que mi mamá hacía con una rama seca y forraba con
algodón. Eran otros tiempos, cuando la
China todavía no nos había invadido con sus árboles producidos en masa y con
sus bolitas de adornos que hoy se consiguen a peso de huevo. Eran tiempos en que la mesa principal tenía
un mantel de plástico con unos dibujos
de canastas llenas de frutas y las sillas del comedor eran unos taburetes de
cuero, cuero.
Tengo recuerdos que
no me saben a tecnología, a computador, a Tablet´s, Black Berrys, ni
internet. Recuerdos de una infancia
donde lo más moderno que había en mi casa era el televisor y una
grabadora. Fueron bonitos tiempos que vinieron de golpe a
mi mente, tan solo porque vi unos aviones de icopor exhibidos en un
estante.