Jaimito es un niño bastante popular en la vereda San Matías. Camina con cierta dificultad y no tiene mucha movilidad en su mano derecha con la que a duras penas logra agarrar el lápiz para hacer las tareas. No habla, pero siempre está sonriendo y aunque necesita una educación especial asiste de manera disciplinada a la escuela rural donde es promovido cada año, para premiar su esfuerzo.
Es el sexto hijo de Enalgisa Márquez y el segundo de Jaime Rojas. El próximo 6 de agosto cumplirá 13 años y su madre evoca con algo de nostalgia el día de su nacimiento. Nada fuera de lo común, parto con comadrona como se acostumbra en el campo y al parecer todo normal. A los siete días al niño le dio fiebre amarilla y la superó, pero después de tres meses sus padres notaron que algo andaba mal porque no se movía y entonces haciendo un gran esfuerzo económico lo llevaron a un pediatra en una ciudad lejana, quien con gran frialdad les sugirió que no gastaran en su recuperación y que mejor utilizaran ese dinero para hacerle un bonito funeral, porque esa enfermedad repetía a los siete meses o a los siete años.
Decepcionado con esa recomendación del pediatra, Jaime se fue a casa y junto con su esposa se arrodillaron y clamaron a Dios por una solución: que muriera o que mejorara. Cuando cumplió un año no tenía ningún movimiento y optaron por hacer un hueco en la tierra donde lo enterraban hasta la cintura.
Un día cualquiera mientras trabajaba en el campo, Jaime se encontró una ardilla a la que llamaron Akito y allí comenzó el milagro. De ser un niño de mirada perdida y sin interés por lo que lo rodeaba, Jaimito pasó a perseguir con la mirada todos los movimientos de Akito y la ardilla encontraba en la pasividad del niño el escenario perfecto para moverse a sus anchas. Así fue como empezó a recorrer su cuerpo: sus manos, piernas, su columna y poco a poco lo fue estimulando hasta que el niño empezó a reaccionar al contacto sutil de Akito. Fue una época linda, eran los mejores amigos y un día cuando Jaimito tenía dos años y medio simplemente se paró y caminó mientras Akito lo seguía. Pero el impulso le duró poco, tardaron otros cuatro meses para que Jaimito se armara de valor para volver a caminar y cuando lo hizo Akito se fue para siempre.
En la vereda todos coinciden en que Akito era un ángel que vino a cumplir una misión y que una vez logrado el milagro se fue (tal vez a buscar a otro Jaimito).