Hay llamadas de todo tipo. Las que te alegran el día, las que entran a medianoche y que luego no recuerdas lo que hablaste, las de amor y amistad, llamadas en Navidad, las de felicitaciones por tu cumpleaños. Hay llamadas de todos los sabores y colores. Las que usan para reclamar, las que te hacen palpitar el corazón, las eróticas, las lúgubres y en política tengo una nueva clasificación: las de apoyo y las de ayúdame que yo te ayudaré.
A pesar de estar en plena campaña, tengo que decir que no estoy estresada. Por fin he encontrado cierta armonía en mi vida y esa armonía proviene de mi misma. Ya no es como antes cuando basaba mi felicidad en el amor de un hombre, ahora yo soy la mujer de mi propia vida. Y justo ahora que me siento tan relajada y armoniosa, suena el teléfono y contesto desprevenida. Habla con Fulano de tal, Mayor de la Policía y con un tono bastante pesado me hace un reclamo que me deja fuera de base. Pues resulta que no sé quien me hizo el gran favor de pegar publicidad mía en las señales de tránsito desde La Balsa hasta aquí y con obvia razón el tipo ta furioso. Me defiendo y le digo que ignoro la situación, no he autorizado semejante despropósito, pero me temo que no me haya creído. Ahora… con esta falta de tiempo que tengo, debo sacar un rato para ir de curva en curva a quitar calcomanías que yo no sé quien pegó, pero que me imagino fue de buena fe, aunque dejo ventanitas abiertas para no cerrar la posibilidad de que haya sido un ardid en mi contra.
Estas son las llamadas que no me gustan. Prefiero las que me despiertan a las 7 de la mañana a pedirme cinco bolsas de cemento, o las que entran a las 10.30 AM a decir te extraño. Las prefiero por encima de las llamadas groseras que dan por hecho lo que no es, porque con esas… no hay argumento que sirva: de entrada eres CULPABLE. Bendito sea el Señor.