Autor: Aleida (o sea Vladdo)
Aunque no voy a encubrir tus equivocaciones, ni a justificar tus errores, tampoco soy tu enemiga, ni quiero ser tu verdugo. Contrario a lo que pasa con algunos de esos que te acompañan a tomar whisky en las tardes de viernes, después de tus ocupaciones, yo no aspiro a que te boten de la empresa, para tomarme por asalto tu amplia oficina. Tampoco cruzo los dedos para que las cosas te salgan mal, o para que te trasladen a una sede remota en algún paraje perdido.
No esperes que yo sea tu aliada para hacer caer a otro, ni tu cómplice cuando intentes engañarte a ti mismo, pero tampoco permitiré que nadie te apuñale por la espalda. Sin embargo, no quiero ser para ti apenas una amiga a la que puedas acudir de vez en cuando, a confiarle tus desventuras. Yo lo que quiero es estar contigo siempre, sobre todo cuando pases por la soledad del fracaso, cuando atravieses el desierto de las penas o cuando se te venga encima el agobio de la depresión.
No quiero que seas un superhombre, ni tienes que ser infalible. No necesito un dios al cual venerar sin objeciones, sino un hombre al que pueda amar sin rodeos. Cuando sea yo la que esté en la inmunda, no espero que me compadezcas, ni que tengas la palabra precisa, ni que puedas solucionar mágicamente mis problemas. Sólo me basta con saber que estás ahí. No es necesario que seas una roca cuando lo que yo necesito es un soplo de viento fresco. No busco unos brazos fuertes en los cuales refugiarme, sino una mano tendida que me ayude a sostenerme mientras camino en medio de la oscuridad.
Muchos hombres temen aceptar lo que sienten, pero no te preocupes, no es indispensable que me quieras mucho: me conformo con que sólo me quieras; eso sí, recuérdamelo con frecuencia. Deseo oírlo de tus labios, mientras me miras fijamente a los ojos. No te dé miedo ser cursi, ya verás lo lindo que se siente.
En la intimidad, no creas que busco una máquina de hacer el amor, créeme que eso se puede resolver con simpáticos y efectivos juguetes de pilas. En la cama no tienes que demostrarme nada, por eso no quiero un semental ni me parece divertido un acróbata. El sexo, aunque sublime, no es un fin, sino una manifestación más de compañía y de confianza, de placer y de entrega; uno de nuestros muchos puntos de encuentro.
Si alguna vez me pones los cuernos, te ruego que me lo digas, pues aunque no sé si pueda ser comprensiva o si sea capaz de perdonarte, si me entero por otros medios, la posibilidad de reconciliación habrá desaparecido casi por completo.
Claro que vamos a tener muchas diferencias, pero la mayoría se podrán superar; al fin y al cabo no se trata de cerrar caminos, sino de buscar salidas. Prometo no enojarme con retroactividad, pero tú me garantizas que no te vas a molestar por anticipado. Y, sobre todo, no nos preocupemos por los problemas que no tengan solución.
Bien sea que estés conmigo sólo una noche o decidas quedarte para siempre, no lo hagas por inercia, porque, igual, me voy a dar cuenta. Y si resuelves irte, no huyas sin despedirte ni caminando de puntillas; ten la entereza de salir andando con la misma seguridad que exhibías al incursionar en mi vida.
De todo corazón,