Hoy hace dos años que murió mi abuela Julia. Ella era la Úrsula Buendía de este matriarcado y fue una gran pérdida para nuestra familia. El día de su entierro me hice la promesa de escribir su historia y es algo que tengo pendiente y que voy dejando para después como tantas decisiones que debo tomar ahora mismo.
Mi abue era una mujer súper especial. Una madre dedicada que tuvo que criar siete hijos sola, ella y sus hijos dan fe de lo duro que es aguantar hambre y lo fuerte que se debe ser para superar la pobreza absoluta con el esfuerzo propio y sin ayuda de Familias en Acción.
Ella en su gran sabiduría quiso enseñarme muchas cosas para enfrentar la vida, pero yo de boba nunca aprendí. Recuerdo perfectamente que una vez mientras me enseñaba a barrer me dijo que debía aprender a hacer los oficios de la casa: barrer, trapear, sacudir, cocinar, lavar, tenía que aprender a hacer de todo porque –según ella- los hombres no buscaban belleza en una mujer si no una sirvienta. Creo que quiso ayudarme. Ella se dio cuenta que mis atractivos físicos eran pocos y que tenía que suplir la falta de belleza por otras virtudes, pero que va, yo nací negada para lo doméstico, lo familiar, lo maternal… es un defecto en mi código genético y contra eso no puedo luchar.
Crecí siendo el patito feo de la familia. Era acomplejada lo admito, pero un complejo diferente porque nunca fui tímida. Al contrario, me pasé de lista, rayaba en lo atrevida y siempre, siempre fui muy irreverente. Desde que tengo uso de razón cuestioné todo lo establecido, me interesaba por cosas que nadie comprendía y mientras mis primas iban a bailar a Noches de Luces y La Cascada, yo me quedaba en casa leyendo a Tolstoi y a Nikitin. Nunca aprendí a bailar. Mi mamá no me dejaba salir porque decía que no quería ser abuela tan joven. (Es que ella ignoraba lo de mi código genético).
Mi primer enamorizcamiento fue el monito de la esquina. Ese pelao si que me gustaba. Lo espiaba detrás de la cortina y el corazón me hacía pumpum, pero nunca me saludó y ahora ya no recuerdo que fue de él. El primer novio vino con la adolescencia, Diego se llamaba (se llama), nos llevábamos tan bien que el romance nos duró 11 años y el final fue mi responsabilidad absoluta ¿el motivo? Defectos en mi código genético.
Pero no voy a escribir de otros, la idea es escribir sobre mí. Desde que vi la luz del sol fui gorda. Crecí gorda y sigo gorda. Unas veces menos, otras veces más, pero siempre, desde que existo tengo sobrepeso. Sólo yo y otros gordos, sabemos lo cruel que la gente puede ser con los gordos y más si son feos. Y no me lo explico, los malucos somos más. Los modeludos, los bonitos, los perfectos, están en las revistas, en las pasarelas y son gente tan cargada de traumas que ni siquiera llevan una vida normal como la que llevamos nosotros.
Ya no tengo complejos de ningún tipo. Los años y Walter Riso me curaron cualquier patología que pudiera estar relacionada con mi psiquis y mi falta de belleza. Me convencí que para enfrentar el mundo no tenía que ser linda, tan sólo usar mis talentos y eso hago. Y me ha ido bien, no tengo queja. Por eso me emputa cuando la gente trata de descalificar a otra sólo por el físico diciendo que: es fea, gorda, horrible, un adefesio, dando prioridad a lo físico, cuando la misma vida se encarga de mostrarnos que lo físico es igual que el amor: efímero, pasajero.
Hay muchas maneras de descalificar a otra persona y más si es mujer. Lo que nunca puede faltar es que es una zorra, perra (o sea lo mismo) y esto suele ir mezclado con lo otro, formando una sola amalgama que busca lastimar y destruir (así como dicen que destruyo cuando escribo de política). Lo digo porque lo he vivido en carne propia. Es el precio que se paga cuando se llega a los 36 y tienes en tu haber tres grandes amores, muchas decepciones y más cuentos que Tío Conejo.
Estoy segura que si mi abuela viviera me recomendaría a diario que aprendiera a ser una abnegada ama de casa. Pero ya estoy muy vieja pa eso, lo mío definitivamente es el pecado y las letras. Nada que hacer.