En algún momento de
nuestras vidas nos volvimos insensibles e intolerantes. Para
demostrarlo voy a usar algunos ejemplos que tenemos frescos en nuestra memoria.
No más fue morirse
un colombiano ejemplar (pero un
colombiano ejemplar de verdad, no el falsete de History Channel), como Gabriel García Márquez, que en verdad le ha dado gloria a
Colombia, cuando ya sus detractores
estaban denigrando de su buen nombre,
cual aves de carroña que esperan ver la presa inerte pa devorarla y que
en vida ni se atrevieron a cuestionarlo.
Como quien dice… el árbol caído hagámoslo leña.
Pues bien, apenas fue que Gabriel García Márquez colgara
los guayos, cuando algunos “librepensantes” ya lo estaban acusando de que se olvidó de
Aracataca, que era comunista, antipatriota y otra cantidad de calificativos
poco halagüeños, demostrando que vivimos
en Colombia y que nuestro nobel de literatura y su realismo mágico no merecían
ni un poquitín de consideración. Y
mientras el mundo entero y Colombia en su gran mayoría lamentaba esta gran
pérdida, los otros se cocinaban en su
veneno deseando que estuviera en el mismísimo infierno y esperando a
Fidel. Habrase visto semejante desfachatez. Insensibles.
No hay otra palabra. En algún
momento de nuestra historia reciente perdimos la proporción de las cosas y hechos
lamentables pasaron a ser motivo de celebración.
Otro caso que nos
muestra que definitivamente algo anda mal en el razonamiento de los
colombianos, quedó evidenciado en la
reacción del estudiante Jorge Alejandro Pérez Monroy de Ibagué, quien
al enterarse de esa historia tan triste usó la burla en vez de expresar sus
condolencias. Se pregunta uno que pasa
por la mente de esta juventud tan insensible incapaz de mostrar respeto por este
dolor que compartimos los colombianos de bien.
Quiero creer que fue
un acto impulsivo, un movimiento de
dedos ligeros, quiero creer que en ese
momento no tenía conectado el cerebro, porque
si no es así, significaría que estamos produciendo monstruos incapaces de vivir en
sociedad.
Nos hemos vuelto
intolerantes. Se ha vuelto costumbre que
las madres pierdan a sus hijos porque fueron víctimas de las barras de otros
equipos de fútbol. En un país
medianamente normal, la gente no se mata
por el color de una camiseta. A ese
punto hemos llegado. A no respetar la
vida de los otros y a manifestar nuestro descontento obligando a que el otro
pague con lo más preciado que es su vida.
Seguimos siendo
intolerantes. Apenas el jovencito Alejandro
trina en contra de los niños quemados de Fundación, cuando ya la jauría se le ha echado encima
cobrándole su error. Grave error lo
reconozco. Pero le perdono su indiscreción. Cuando uno es muy joven (y viejo también)
suele actuar ligeramente y él ya está pagando por su falta.
Cuanta
insensibilidad le toca a uno lidiar a diario.
Ya no tenemos capacidad de aguante.
Pero me llama poderosamente la atención que nos indignamos con pequeñas
cosas y somos incapaces de mostrar nuestra intolerancia con los políticos. Ellos nos mienten, roban, hacen y deshacen y
nosotros aquí impávidos como así nada.
Es allí donde hay
que mostrar la verdadera intolerancia.
Volcarnos masivamente contra este maldito sistema que nos oprime y que
se encarga de truncar los sueños de nuestros niños. Si vamos a ser intolerantes entonces que sea contra
quienes nos gobiernan. Si vamos a ser
intolerantes, entonces que sea contra la
corrupción y con los que quieren perpetuarse en el poder. Si vamos a ser intolerantes que sea con esas
personas que usan la religión para atornillarse en el poder. Ahí si los invito a practicar la
intolerancia.
Pero no nos
ensañemos contra Gabo porque era comunista,
o con el vecino por su música que
suena fuerte o contra Alejandro porque
se descachó con sus trinos. Para mostrar nuestra intolerancia tenemos a
los políticos de turno.
Buenas tardes.