Ayer estuve en el colegio María Goretti y de golpe vinieron a mi mente recuerdos que creí olvidados. Me acordé cuando en esa entonces me sacaron de donde el profesor Madera y me pasaron pal María Goretti. Era la misma distancia pero con la diferencia que aonde el profe me venían a buscar a mi casa y no me obligaban a ir a misa y pal María Goretti me tenía que ir a pie, practicar la misa los viernes y asistir con uniforme de gala a la misa de los domingos. Los tiempos del piojo digo yo. Era esa época en que Montelíbano tenía pocas calles pavimentadas: la del puerto y un pedazo por acá por San José por donde vive doña Sarita la mamá de Jesús Gómez. La famosa calle 16 era tan sólo un camino y la calle Epicospal era un rastrojero atravesado por un puente y un tubo. Si me esfuerzo un poquito puedo recordar cuando el barrio Pablo VI era lo último que había y en esa entonces San Bernardo era de lo peorcito que tenía este pueblo y por cierto el barrio más lejano de todos. Todavía me acuerdo cuando hicieron los huecos pal alcantarillado y el acueducto y cuando pusieron el contador de agua que dice EMPOCOR. Después entré al bachillerato y cambiamos la ruta, ya no ibamos al barrio La Lucha si no al propio centro, porque en esa entonces El Rosario quedaba en donde está la Fundación San Isidro. Pal centro tiré pata tres años, tres largos años y nos ibamos con un combo del barrio que estudiaban en el Instituto viejo. Esos si que salieron atletas, porque en ese entonces la bicicleta era uso exclusivo de nuestros padres, el transporte escolar no existía, habían muy pocas motos y lo más normal era andar en el carro de Nando: un ratico a pie y el otro caminando. Cuando El Rosario empezó a funcionar en el barrio Laureles eso eran unos playones rojos vacíos, desiertos y cuando llovía el barro no me dejaba llegar al colegio o yo usaba ese pretexto para quedarme dormida en casa. Bacanos esos tiempos. La adolescencia, el primer amor, el primer beso, bacano, bacano. Cuando eso no me importaba quien era el alcalde, ni de donde salía el billete pa que el pueblo progresara. Eran los tiempos en que el terminal de transportes quedaba en el parque y allá había un huequito donde funcionaba la oficina de Coonorte. Allí compré mi tiquete para ir a presentarme a la Universidad y allí cogí el bus y allí me dejó el bus cuando regresé. Tiempo después inauguraron la Terminal y me pareció una gran obra que nos ponía a la altura de una ciudad como Medellín donde vivía en esos tiempos. Irme pa Medellín fue lo que me abrió la pepa de los ojos. Las comparaciones son malas pero cuando veía como vivía en Metrallo y como vivía aquí me daba rabía que con tanta plata nuestro pueblo estuviera estancado. Por eso decidí que cuando terminara la carrera me vendría a radicar aquí para buscar algo de justicia, pero que va... el tiro me salió culatero. Sigo aquí, pero no he hecho nada. He tratado pero no salen las cosas. Me he dado cuenta que nosotros los montelibaneses estamos anestesiados. Aquí pasan cosas increibles y nosotros no reaccionamos. Aquí la corrupción se pasea sobre nosotros, la clase política va en contra de nuestro progreso y no hacemos nada y lo que es peor: seguimos votando por los mismos o por sus hijos o por los que lanzan los políticos de siempre. Si miro hacia el pasado me doy cuenta que Montelíbano ha cambiado, pero me queda la duda de si este cambio se puede considerar progreso o no. Porque para tanto dinero que hemos recibido, me parece en mi ignorancia que es pa que todos nosotros estuvieramos mejor. Pa que las escuelas estuvieran mejor adecuadas, un mejor alcantarillado, un acueducto óptimo. Barrios como El Porvenir, César Cura, San Francisco, Villa Cleme, tendrían una mejor calidad de vida si nuestro crecimiento hubiera sido de una manera planificada y no así como fueron adjudicados lo que a su vez ocasiona esas condiciones tan precarias en las que vive en ese gran sector de nuestra capital niquelera.
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